Clara López: “La mezcla de ilusión e incertidumbre por el inicio del curso anticipa aprendizaje y crecimiento”

Abordamos con Clara López, psicóloga y Vicedecana de Psicología y Neurociencia de la Universidad Europea de Valencia, cómo afronta el alumnado el inicio del curso

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Clara López, vicedecana de Psicología y Neurociencia de la Universidad Europea de Valencia (UEV)
Clara López, vicedecana de Psicología y Neurociencia de la Universidad Europea de Valencia (UEV)

Las aulas han vuelto a llenarse de estudiantes en la Comunitat Valenciana y, aunque muchas veces sienten ilusión por reencontrarse con amigos y amigas, lo cierto es que no siempre ocurre esto. ¿Qué emociones prevalecen en el inicio del curso? ¿Cómo se puede identificar que alguien no está a gusto en clase? ¿Qué papel juegan las familias y profesores que le acompañan? Resolvemos estas dudas sobre salud mental con Clara López, psicóloga y Vicedecana de Psicología y Neurociencia de la Universidad Europea de Valencia.

Con el inicio del nuevo curso, en general, ¿los estudiantes sienten más ilusión o incertidumbre por lo que llega?

Me resulta curioso que mezclemos en una misma frase la dicotomía entre ilusión e incertidumbre. Normalmente hablaríamos de una dicotomía entre ilusión y miedo, pero esta asociación de palabras que planteas en la pregunta me hace especial ilusión. Las cosas que no conocemos, que no sabemos cómo van a ocurrir y en las que hemos puesto mucho empeño y trabajo —como les pasa a los estudiantes que empiezan un primer curso, o a los que regresan el día 8 reencontrándose con compañeros y docentes, volviendo a la rutina— suelen generar una mezcla de ambas.

La ilusión la asociamos a algo gratificante, algo que nos emociona en positivo. Pero también es cierto que las emociones positivas tienen una activación fisiológica muy alta (sudoración, pensar rápido, estar más activo/a, etc.), y en ese nivel de activación, la incertidumbre tiene mucho poder. Un cerebro que sabe lo que va a ocurrir puede manejar contingencias y prever planes. En cambio, un cerebro que no sabe qué va a pasar —a qué aula acudir, qué le espera— se mueve en un margen de incertidumbre que le genera alerta. Pero eso no significa que desaparezca la ilusión. Dicho esto, por retomar tu pregunta, la mayoría van a sentir ilusión e incertidumbre a partes iguales. La ilusión hay que identificarla y darle espacio para disfrutarla. La incertidumbre también hay que reconocerla y observar cómo la manifestamos cada uno/a, pero la mezcla de la emoción ilusión y la experiencia de incertidumbre siempre es positiva. Es una combinación que, para mí, anticipa aprendizaje y crecimiento. 

¿Cuáles son los principales miedos que viven los estudiantes universitarios, especialmente con el inicio de las clases?

Cuando pienso la pregunta, se me activan muchas respuestas que empiezan por “depende de”. Uno de esos depende es que no es lo mismo ser un estudiante de segundo, tercero o cuarto año, o incluso de máster —que ya conoce los entornos, a sus compañeros y a sus referentes académicos— que un estudiante de primer curso, que llega a la universidad en su misma ciudad o que incluso se desplaza a otra ciudad o país para empezar esta etapa. 

Dicho esto, podemos organizar las preocupaciones (más que miedos) de los nuevos estudiantes en distintas áreas. Una primera tiene que ver con la vida universitaria y social. Muchos se separan por primera vez de su grupo de pares, esos amigos con los que han compartido toda la secundaria y el bachillerato. Al llegar solos/as, uno de los pensamientos recurrentes es: “¿Seré capaz de hacer nuevos amigos y sentirme a gusto?”.

Desde una visión adulta, solemos decir que los amigos de la universidad son para toda la vida, y en parte eso ocurre porque en esta etapa conocemos personas con las compartimos intereses profesionales, de conversación y rutinas vitales en una etapa de consolidación de la adultez. Pero en ese tránsito inicial es lógico preocuparse por si vamos a volver a tener una red de apoyo buena. Si esa preocupación no existiera, sería más bien una señal de desconexión de la realidad. Lo importante es escucharla, pero también afrontarla con calma, sabiendo que solo atravesándola se podrá resolver.

Otra preocupación frecuente se relaciona con la dificultad académica. Hay que tener en cuenta que, en general, los estudiantes que entran en la universidad han dedicado los dos o tres últimos años casi exclusivamente a estudiar. Su identidad personal está muy vinculada al “yo estudiante”. Y aquí surge una diferencia con la adultez: como adultos tenemos múltiples roles —profesional, amigo/a, hijo/a, etc.—, y si uno falla, no se derrumba todo nuestro sentido de identidad. En cambio, para muchos jóvenes todavía se definen casi únicamente como estudiantes, el temor a fracasar académicamente es más intenso. Por eso, entre sus inquietudes más comunes está: “¿Seré capaz de superar todas las materias, de entender cómo se imparten, de rendir al nivel que se espera?”. En el caso de Psicología, por ejemplo, una preocupación muy repetida suele girar en torno a las asignaturas de estadística aplicada, pero cada plan de estudios tiene su rankign de materias favoritas, y algunas nunca estarán en el Top3. 

Campus Turia de la Universidad Europea
Campus Turia de la Universidad Europea

¿Han cambiado en los últimos años?

Las preocupaciones del ser humano, en su base, no han cambiado. Si nos vamos a las teorías de las necesidades básicas —como la de seguridad, filiación, conocimiento, realización o, por supuesto, supervivencia fisiológica— siguen siendo las mismas. Tampoco han cambiado las teorías que nos permite explicar las motivaciones humanas que guían nuestro comportamiento. Lo que sí cambia es la expresión de esas necesidades y preocupaciones. Vivimos en un siglo en el que todo se transforma muy rápido, y cuando desde una generación previa decimos “todo está cambiando”, en realidad lo que ha cambiado no es la base, sino la forma de comunicar, la forma en la que todo se expresa. De hecho, hoy existe una generación en la que se han eliminado muchas barreras y tabúes, y todo lo relacionado con la experiencia interna —que antes quedaba en lo privado, la familia o un grupo reducido de amigos— ahora se expresa de forma abierta. Los canales de comunicación actuales favorecen esa exposición, y los jóvenes tienen menos bloqueos para mostrar sus inquietudes y vulnerabilidades. Por eso puede dar la sensación de que son una “generación de cristal”. En mi opinión, lo que estamos viviendo no es fragilidad, sino una generación que se atreve y permite expresar la vulnerabilidad.

¿Qué hábitos recomendarías para calmar la ansiedad y nerviosismo que puede suponer este inicio?

Antes quiero subrayar algo importante: no es lo mismo sentir ansiedad que tener un trastorno de ansiedad. No debemos confundir la gravedad de uno con la utilidad de la otra. La ansiedad y el estrés cumplen una función adaptativa. Por ejemplo, cuando un/a estudiante me dice dos días antes de un examen “estoy ansioso/a, estoy sudoroso/a, me preocupa algo, etc.”, suelo responder que “me alegro de que lo sienta así. Que eso significa que le importa”. Les explico que si me preocuparía mucho, si estuviera neutro o indiferente ante algo tan relevante, porque querría decir que su cerebro no estaría integrando el valor del esfuerzo ni las consecuencias del resultado. Cuando me escuchan decirles esto suelen tener una respuesta que coloquialmente llamamos de “cortocircuito”, pero empiezan a entender que no tienen que luchar contra esas sensaciones y que no hay nada mal en ellos/as por estar viviendo/experimentado esa activación que denominan ansiedad. Después de esto, analizamos juntos si toda esa experiencia les está impidiendo, por ejemplo, concentrase, estudiar, etc. Si esta dificultando poder lograr el resultado, sólo entonces, es cuando actuamos.  En ese sentido, lo que muchas veces llamamos “ansiedad” es en realidad estrés, y el estrés prepara para la acción. Que no sea agradable no significa que no sea útil.

Ahora bien, dicho esto, las recomendaciones deben adaptarse a cada persona. Me resisto a dar recetas generales; Lo más fácil sería decirte: “planifica bien, organiza contingencias, analiza escenarios posibles y prepara planes”. Y sí, esas estrategias funcionan en muchos casos. Pero también existen perfiles de personas muy rígidas y/o perfeccionistas, como yo misma, para quienes la clave no es más control ni más planificación, sino aprender a flexibilizar. En esos casos, insistir en organizar aún más solo alimenta el bucle de la ansiedad, porque el origen está en el rasgo de personalidad no en el contexto. En estos casos el apoyo psicológico es fundamental: lo que trabajamos es entrenar a la persona en tolerar cierto grado de incertidumbre y aumentar alternativas para permitir que todo su discurso mental gire no sólo hacia el “no voy a poder, voy a fracasar, no soy suficiente, esfuérzate más, trabaja más, sé mejor persona”. Ese tipo de patrones tienen riesgo de mayores complicaciones psicológicas. 

¿Qué papel juegan las familias? ¿Cómo pueden ayudar?

El ser humano es un ser gregario y necesita red de apoyo. En la etapa universitaria, las familias siguen jugando un papel importante, aunque sustancialmente distinto al que desempeñan en primaria o secundaria. Un estudiante universitario de 17, 18 o 19 años ya ha transitado la adolescencia y entra en las primeras etapas de la adultez, donde (por resumirlo muchísimo) las decisiones dejan de ser consensuadas o autorizadas por la familia, para pasar a ser simplemente comunicadas. Ya no se pregunta “¿puedo ir a X sitio?”, sino que se dice “voy a estar en X sitio”.

El vínculo familiar, por tanto, mantiene la función, pero ha de adaptarse e integrar la mayor autonomía. Ya no se trata tanto de marcar el rumbo o dar instrucciones, sino de ser un espacio de descarga emocional y acompañamiento. Una de las cosas más valiosas que pueden hacer las familias es escuchar, sostener esas preocupaciones e ilusiones, y a través de preguntas, favorecer que sean los propios “nuevos adultos” quienes se comprometan con los pasos que quieren dar, sin imponerles una dirección.

Clara López, vicedecana de Psicología y Neurociencia de la UEV
Clara López, vicedecana de Psicología y Neurociencia de la UEV

¿Y el equipo de profesores?

Con esta pregunta me acuerdo de mis propios profesores y del papel que jugaron en mi vida, más allá de ser transmisores de conocimiento o las primeras voces a través de las cuales aprendí de la profesión. Hace poco, reflexionando con una compañera también psicóloga, hablábamos de cómo había cambiado nuestra visión sobre la psicología, y de cómo había cambiado nuestra opinión del para qué somos útiles y cómo debemos trabajar con las personas. En esa conversación coincidimos en que muchos de nuestros profesores fueron, sobre todo, inspiración y soporte, y que no recordamos tanto lo que nos enseñaron en clase sino las conversaciones durante las clases, los debates durante en los que nos permitan expresar nuestra construcción de pensamiento desde una relación más horizontal. Por supuesto, también está la parte logística: ayudar a aprender mejor, a superar asignaturas, a acompañar en el día a día. Pero eso es más cortoplacista y nunca dejamos de hacerlo. El verdadero valor del rol docente en la universidad está en ofrecer modelos de referencia, oportunidad de crítica y reflexión, ser figuras retadoras a quienes los estudiantes toman de punto de partida para el recorrido que quieran tener. Que sean capaces de seleccionar la información, de entender lo que necesitan las personas, y de integrarlo de la manera más humana, ética y eficaz posible.

¿Cómo podemos identificar que una persona no se encuentra a gusto en un momento como este?

Esta pregunta me recuerda a una anécdota en clase de este curso pasado. Estábamos hablando sobre las líneas rojas profesionales en consulta, y una alumna, que hasta entonces no había participado, hizo un gesto muy sutil: un movimiento de ojos hacia la derecha. Ese detalle me hizo intuir que no estaba de acuerdo con lo que se decía, pero no se atrevía a expresarlo. En ese momento paramos la clase y le pedí, con la premisa previa de que podía negarse, que si por favor nos compartía el pensamiento que acababa de pasarle por la cabeza y que no coincidía con lo que estábamos exponiendo en clase. Y efectivamente, su visión resultó muy valiosa para todos ya que tenía una postura diferente y nos nutrió a todos. Al finalizar la clase, me preguntó cómo me había dado cuenta, que ella no recordaba haber hecho ningún gesto ni mueca. 

Lo cuento porque muchas veces las señales de que alguien no está a gusto son muy sutiles: un silencio prolongado, una quietud que no encaja con la situación, la falta de participación o, en última instancia, la decisión de marcharse. Cuando no nos sentimos bien en un lugar y no podemos irnos de inmediato —por ejemplo, en clase o en una conversación— solemos mostrarlo con el cuerpo: postura cerrada, hombros hacia delante, cabeza gacha, evitar la mirada, responder solo con gestos mínimos de aprobación.

Por eso, lo importante para identificar es estar presentes y atentos a esos pequeños indicadores. Y, además de observar, hay algo clave: dar espacio para a la expresión sin juzgar. Validar, no rechazar. Si una persona cree que expresar su disconformidad molestará al grupo, probablemente se calle. Pero si promovemos un clima donde se entiende que “lo tuyo sí y lo mío también”, y que tener opiniones diferentes no implica excluir a nadie, será más fácil que esa persona se anime a expresarse.  En resumen, para identificar que alguien no está a gusto debemos observar con atención y, sobre todo, ofrecer un espacio seguro donde sus diferencias puedan tener lugar. Si lo aprovecha o no, será su elección, pero nuestra responsabilidad es facilitarlo de forma proactiva. 

¿Desde las universidades, se ofrece algún tipo de acompañamiento para estos casos?

Las universidades cuentan con muchos recursos, directos e indirectos, para acompañar al estudiante, no solo en su desarrollo profesional, sino también en su desarrollo personal. Los recursos incluyen servicios de orientación educativa, apoyo académico, unidades de apoyo psicológico, programas de mentoría donde estudiantes de últimos cursos acompañan a los de primero, intercambio de apuntes, apoyo pedagógico, etc. La lista es muy amplia. 

Por ejemplo, en la Universidad Europea de Valencia, tenemos diferentes acciones transversales que van más allá de enseñar conocimiento. Todas las acciones que se desarrollan desde Vida universitaria, el proyecto School of life, los proyectos de compromiso social, deportes o desde la Unidad de Orientación Educativa, Diversidad e Inclusión, tienen un objetivo común y es velar por la promoción y el bienestar psicosocial de la comunidad universitaria a corto y largo plazo. Por dar más detalles de nuestro caso, el equipo de vida universitaria que trabaja con diferentes acciones, pero una es la red de clubes creados y gestionados por los propios estudiantes, organizados por intereses: música, tecnología, debate, lectura, psicología, deporte… Más allá de la actividad en sí, estos espacios permiten que los estudiantes sean algo más que estudiantes: desarrollar creatividad, socializar con iguales y fortalecer su bienestar psicosocial y comunitario.

Otro ejemplo importante para mí sería el hecho de que trabajamos para dotar a los estudiantes de herramientas y espacios para diseñar su proceso de empleabilidad, afrontar el mercado laboral con seguridad, emprender y/o generar proyectos propios. Esto forma parte de una apuesta por el bienestar a largo plazo, procurando que cuando terminen la universidad tengan las mejores oportunidades de cubrir sus necesidades básicas de la manera más efectiva posible, para poder afrontar con los máximos recursos posibles todos los retos que les esperan. 

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