Jordi Sarrión i Carbonell

Opinión

Valencianismo del Barça

Periodista

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Iustración cedida per Cesc Roca (@cescrocastudio)
Iustración cedida per Cesc Roca (@cescrocastudio)

Hay cierto tipo de valencianismo que siente vergüenza de nuestros símbolos; cierto tipo de valencianismo que rechaza las Fallas; cierto tipo de valencianismo que desprecia nuestra cultura popular. Que desprecia tradiciones como nuestro esmorzar popular, que hemos conservado de nuestros yayos que iban al campo a trabajar durante largas jornadas. Que desprecia lo que somos, lo que sentimos y lo que vivimos. Todo para acabar viviendo las vidas de otros; más “europeas”, más cosmopolitas, más moernas y apasionantes.

Un valencianismo que, ya durante los 90, huyó a Barcelona y se hizo del Barça. El mismo que se llena la boca hablando de antifascismo pero no estaba mientras nuestros primos y nuestras madres huían atemorizados de los 9 de octubre frente los ataques de los fascistas y los intolerantes en general. Que no estaban cuando protestábamos contra macrovertederos como el de Llanera y contra la especulación y la destrucción de l'Horta. ¿Se puede llamar valencianismo a una corriente de pensamiento que vive alejada de la realidad, los anhelos y la forma de entender la vida de los valencianos y las valencianas?

 

La batalla por la valencianidad

Durante años, el Partido Popular consiguió cooptar a Unión Valenciana y erigirse como único defensor de la valencianidad. Consiguieron secuestrar todos nuestros símbolos: las paellas gigantes en los pueblos, las fiestas populares, la defensa de nuestros agricultores y nuestro campo, la batalla por el agua… 

Incluso compraron algunos de nuestros equipos de fútbol como el Hércules, tejieron complicidades con sectores ultras y llegaron a hacer mítines en estadios como Mestalla. También nos marginaron a nivel simbólico, abrazaron la señera y nos abocaron a una partida estéril por los símbolos, que siempre se jugó con las cartas marcadas. Y les dejamos la pista tan libre que aterrizaron sin piedad y construyeron  una fortificación casi inexpugnable. 

Hasta que aquel año 2012 nos levantamos en la Primavera Valenciana y tomamos conciencia de que no somos nada si no somos Pueblo. Y empezó un largo camino por recuperar los símbolos que nunca tendríamos que haber perdido. Empezó una batalla por algo tan simple como apasionante: poder sentirnos valencianos en nuestro propio país. 

Se abría el reto de crear una nueva valencianidad sana, orgullosa, desacomplejada, abierta, tolerante, de raíz popular, que incluya siempre y nunca excluya. Una nueva valencianidad que nunca pregunta de dónde vienes, sino hacia adónde vas. Que construye un “nosotros” para dibujar juntas un horizonte común de justicia social, felicidad y armonía. Para que, de una vez por todas, los valencianos podamos recuperar la dignidad que, entre unos y otros, nos robaron.

Dilema I: ¿a la defensiva o a la ofensiva?

Me cuenta siempre mi amigo Michelangelo la Spina, siciliano aragonés que decidió arraigarse en nuestra tierra, sus anécdotas de las manifestaciones del 9 de octubre. Él, valencianista futbolístico e identitario, acude siempre al fútbol con su señera coronada con el escudo del València y a las manifestaciones con su señera valenciana, coronada o estrellada. Un día, sorprendido de que un grupo blaver ultra lo insultara y le gritara, les respondió: “Si tengo la misma bandera que vosotros, moniatos!”. 

Ellos, atónitos frente el hecho de que un rojocatalanista como ese que se manifestaba luciera con orgullo la misma señera que llevaban en el cuello (la que consideran única verdadera muestra simbólica de valencianor), vieron todos sus esquemas rotos. Así pues, se tomaron su tiempo para escrutar la señera coronada del pobre Michelangelo, atemorizados como si hubieran visto al Grinch (o, lo que es peor, a Anna Gabriel). Adivinad qué pasó entonces: la guardaron y sacaron una estanquera española.

Esta anécdota, que puede parecer una estupidez, expresa mucho más de lo que parece. Al final, una parte significativa del valencianismo que secuestró el PP no era más que un disfraz para su españolidad. Un disfraz porque nunca podían reconocer que nuestra tierra no les importa, que no es más que un peaje para llegar a Madrid para comer bocadillos de calamares con Ayuso. Solo pasando a la ofensiva, sin miedo y siempre de la mano de nuestro Pueblo, podremos desenmascarar a aquellos que, como cantaba La Gossa Sorda, “son los amos del trapecio, son capaces de hacernos creer falsos y absurdos”. 

Dilema II: Pisarnos o darnos la mano

Y, en este momento, algunos sectores del viejo valencianismo, del valencianismo del Barça, al que se accede solo si alguien te reparte primero el carné, intentan volver a dividirnos entre valencianos. En mi tierra todos quienes construyan, en positivo, y ponen su talento, su tiempo y su energía para mejorar nuestro país siempre tendrán cabida. En cada artículo, cada vídeo, cada publicación en cada red social, cada reto viral bailando una canción de La Fúmiga, cada charanga que hace inmortales nuestros grupos de música hay un pequeño trocito de País Valenciano. 

En un momento de ofensiva cultural de la derecha más naftalínica y reaccionaria, crear nuestro refugio seguro frente el odio y la intolerancia es un deber moral. Siempre habrá contenidos que nos guste más consumir y otros que nos gusten menos. Pero, lo que está claro es que siempre, siempre, siempre, tendremos la opción de crear nuestros propios contenidos y hacer la batalla cultural a nuestra manera. Porque, como dijo el gran Joan Fuster, todo contenido en valenciano que no creemos nosotros será creado contra nosotros. ¡Viva València libre, amigas!


 

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