Hablamos con Laura Olcina, directora gerente del centro tecnológico ITI, presidenta de la Federación Española de Centros Tecnológicos (Fedit) y presidenta del Consejo Asesor de Ciencia, Tecnología e Innovación (CACTI). Con una trayectoria marcada por la defensa de la innovación y la transferencia tecnológica, Olcina analiza los tres años de INNDIH, el impacto real de la digitalización en el tejido productivo, el papel de los centros tecnológicos y la urgencia de una educación más humanista en un mundo cada vez más tecnológico.
INNDIH cumple tres años con un balance muy positivo. Si tuvieras que resumir su mayor logro, ¿cuál sería el auténtico antes y después que deja el proyecto?
La colaboración. Ha sido la clave absoluta. INNDIH ha logrado algo que yo no había visto en 28 años de carrera: reunir a todos los actores relevantes —centros tecnológicos, universidades públicas, cámaras de comercio, asociaciones empresariales, CSIC, entidades sanitarias…— y hacer que trabajen juntos, de verdad, aparcando intereses particulares. Son 48 organizaciones empujando en la misma dirección para acercar la digitalización a la Comunitat Valenciana. Coordinar algo así no es sencillo, pero es profundamente enriquecedor. Y, además, ha dado pie a nuevos proyectos. Cuando colaboras con generosidad y con un objetivo claro, las cosas suceden.
En el evento final se presentaron casos reales de transformación digital. ¿Hubo alguno que te impactara especialmente por su valor o por lo que simboliza?
El caso de Symplia fue especialmente emocionante. Marta Senent, CEO de la compañía y con parálisis cerebral, explicó en primera persona la dificultad que supone para millones de personas que la tecnología de transcripción de voz no entienda su forma de hablar. Gracias a una prueba de concepto realizada dentro de INNDIH, la empresa logró mejorar significativamente esa precisión. No era el caso técnicamente más espectacular, pero sí el más humano y el más revelador del propósito real de la tecnología.
También hemos tenido casos industriales muy potentes, como la mejora de la inspección de pieles mediante visión artificial, o los más de 300 diagnósticos de madurez digital realizados a empresas. Ese tipo de servicios son esenciales: ayudan a la empresa a entender dónde está, qué necesita y qué pasos debe dar. Muchas veces una pyme llega pidiendo una tecnología concreta solo porque la ha visto en la televisión, y nuestro trabajo es ayudarle a identificar sus necesidades reales.

Hablabas de brechas importantes entre sectores y territorios. ¿Qué os encontráis cuando trabajáis con pymes en su primera aproximación a la digitalización?
La realidad es que en España existe una brecha enorme. Por sectores, por tamaño empresarial y por región. Mientras las empresas del sector TIC superan el 58 % de adopción, la media de implantación en el sector de la Construcción no llega al 12 %.
Entre una empresa de Madrid o la Comunitat Valenciana y otra de Melilla puede haber diferencias de ocho veces. Y las pymes, que son quienes más lo necesitan, suelen tener menos recursos y menos conocimiento.
Las empresas que participan en INNDIH ya muestran interés, pero todavía vemos a muchas que no saben por dónde empezar o que directamente no llegan. Ahí es donde hace falta muchísimo acompañamiento.
¿Qué estrategias habéis visto que funcionan mejor para acercar esta tecnología a empresas que nunca han trabajado con IA o análisis de datos?
Lo que mejor ha funcionado es hacerlo sencillo y útil. Gracias a la financiación europea, estatal y autonómica, los servicios no han tenido coste para las empresas, y eso derriba muchas barreras. Pero además hemos ofrecido formación adaptada a sus necesidades, no talleres genéricos. Hemos bajado el lenguaje técnico a un vocabulario que la empresa puede entender, porque si no te entienden, no puedes ayudar.
En ITI, por ejemplo, hemos impartido talleres de IA generativa orientados a problemas concretos de las empresas. Y también hemos trabajado con cámaras de comercio, asociaciones y entidades empresariales para llegar a quienes nunca habían tenido contacto con estas tecnologías.

Con INNDIH AI Connect comienza una nueva fase. ¿Qué diferencia esta etapa de la anterior y qué objetivos os marcáis?
El foco será aún mayor en inteligencia artificial. Los datos muestran que el camino que hemos comenzado con INNDIH funciona: la Comunitat Valenciana ha pasado de un 8,5% de adopción de IA en 2023 a más de un 20% en 2025, situándose ya entre las cuatro comunidades con mayor implantación. Esto no se había visto. Queremos aprovechar que el ecosistema ya está rodado —sabemos quién hace bien qué, y eso agiliza muchísimo— y llegar a sectores donde aún es complicado, superando la media nacional en adopción de IA.
Has mencionado la brecha digital. ¿Cuál es el mayor riesgo de dejar que se agrande?
La desaparición de empresas. Directamente. La innovación y la digitalización son claves para la competitividad, pero también pueden generar una brecha enorme entre quienes las aprovechan y quienes no. Las pymes que no se transformen quedarán atrás y no sobrevivirán.
Además, los datos lo avalan: las empresas que trabajan con centros tecnológicos son mucho más competitivas. Solo en la Comunitat Valenciana, por cada euro invertido en un centro tecnológico, el retorno es de cinco euros en rentas y diez en ventas. Esa diferencia se multiplicará con la IA.
La colaboración público-privada ha sido uno de los pilares del proyecto. ¿Qué tendría que mejorar para que fuera más ágil y eficaz?
Lo primero es conocernos mejor. Saber quién hace qué. Tener herramientas que faciliten la coordinación y la dinamización. Y asumir que no competimos entre nosotros, sino con Estados Unidos, China y los países asiáticos. Necesitamos colaboración público-privada, público-pública y privada-privada. Todos somos importantes y todos aportamos algo. INNDIH ha tenido éxito porque cada actor ha sabido cuál era su rol y ha trabajado desde la generosidad.

Desde ITI, Fedit y CACTI tienes una perspectiva privilegiada del sistema de innovación. ¿Qué es hoy el principal cuello de botella en la transferencia de conocimiento hacia la industria?
Hay barreras normativas, financieras y regulatorias, sin duda. Pero también un reto cultural: necesitamos que las empresas vean la inversión en I+D como algo estratégico, no como un extra. Y a nivel nacional debemos reforzar los indicadores de impacto. No basta con producir ciencia excelente; hay que transferirla. En CACTI estamos trabajando para valorar más la parte aplicada y el impacto real en la sociedad.
¿Qué diferencia realmente a un centro tecnológico del resto de agentes del ecosistema innovador?
Somos entidades privadas con vocación de servicio público. Hablamos el lenguaje técnico de la universidad y el del empresario. Generamos conocimiento —representamos el 10% de las patentes nacionales— pero sobre todo lo transferimos, porque el 48% de los ingresos por patentes proviene de centros tecnológicos. Estamos pegados al territorio y a las empresas, y a la vez conectados con Europa. Ese equilibrio es algo muy particular.

Has dicho: Cuanto más tecnológica sea la economía, más humanista debe ser la educación. ¿Por qué es tan importante esa visión?
Porque a veces nos obsesionamos con la tecnología en sí y olvidamos para qué sirve y cómo debe usarse. En IA, especialmente, es crucial el uso ético, la diversidad en los equipos y la alfabetización digital. Hay mucha gente que utiliza tecnologías sin comprender cómo funcionan, y eso genera riesgos, desinformación y polarización. La educación debe preparar para crear y aplicar tecnología… pero también para entenderla y cuestionarla.
Eres finalista de los premios Top 100 Mujeres Líderes. ¿Qué supone para ti?
Durante años no participé en ninguna iniciativa de liderazgo femenino, hasta que entendí la importancia de los referentes. En las áreas tecnológicas solo el 12% del alumnado son mujeres. Es imposible que lleguen más si no ven modelos. Si puedo contribuir a que niñas y jóvenes vean que en este sector caben perfiles diversos, me doy por satisfecha.
Después de tantos proyectos y responsabilidades, ¿qué te sigue ilusionando en tu trabajo?
Aprender cada día. Entré en ITI cuando éramos tres personas y hoy somos más de 300. Vercómo algo tan pequeño crece, cómo impacta en miles de empresas y cómo la tecnología puede tener un propósito real es lo que me motiva. No se trata de ser los mejores técnicamente, sino de para qué hacemos lo que hacemos.