Pau Guzmán (23 años) y Blanca Trull (24 años) son dos jóvenes activistas que se adentraron de forma conjunta en el mundo de las redes sociales con una necesidad concreta: compartir, en valenciano, las inquietudes y preocupaciones de la juventud de una manera crítica y didáctica. La pareja explica que temas como la política, la cultura o las desigualdades solían abordarse desde una perspectiva alejada de la experiencia cotidiana de los jóvenes. “Las redes nos permiten hacerlo de una manera más directa, con contexto y sin intermediarios”, destacan.
¿De dónde creéis que proviene la desafección hacia la izquierda y el auge de la extrema derecha entre la juventud?
Creemos que muchos jóvenes se sienten desamparados y desorientados. Han crecido entre crisis económicas, climáticas, de vivienda, de salud mental... y ven que las instituciones no dan respuestas reales. La izquierda, que históricamente había sido un espacio de transformación y esperanza, a menudo habla ahora un lenguaje demasiado institucional y poco emocional, mientras que la derecha y la extrema derecha han entendido perfectamente cómo comunicarse en este nuevo contexto: hacen una gran campaña mediática permanente, con un relato muy potente, simple y emocional. Lanzan consignas sencillas y mensajes superficiales a problemas que en realidad son estructurales, pero que, precisamente por su simplicidad, conectan con una parte de la población cansada y decepcionada. Ofrecen explicaciones fáciles para realidades muy complejas, y esto es muy atractivo para quien ya está saturado, sin energía para cuestionarse nada o para buscar alternativas más elaboradas. Muchos acaban escuchando lo que quieren oír: respuestas que les reconfortan o les conviene, aunque sean falsas. Y ante esto, la izquierda ha perdido el pulso del relato y el espacio emocional. Si no somos capaces de volver a ilusionar y de explicar de manera clara pero profunda por qué pasan las cosas, seguiremos dejando el terreno libre a quien ofrece soluciones fáciles, pero destructivas.
¿Qué estrategias pensáis que pueden ayudar a frenar o reducir la normalización de los discursos de odio propios de la extrema derecha?
La primera es no blanquearlos. El fascismo no es una opinión más, y tratarlo como si lo fuera es un error muy grave. Hay que señalarlo, contextualizarlo y explicar por qué es peligroso. Pero también debemos ofrecer una alternativa: construir relatos constructivos, tolerantes e inclusivos. Debemos entender que el odio se combate también desde la pedagogía y la emoción. La gente conecta con mensajes sencillos, así que debemos aprender a explicar ideas complejas de manera clara y atractiva, sin perder profundidad. El humor, la cultura, las redes o la educación pueden ser espacios de resistencia. Solo así podemos recuperar el terreno perdido ante una derecha que sabe llegar a su público y que vive de dividir y simplificar.
¿Cómo valoráis la actuación de la izquierda valenciana en el actual contexto político? ¿Pensáis que está conectando con la ciudadanía?
Cuando hablamos de la izquierda valenciana, creemos que es importante distinguir dos realidades muy diferentes. Por un lado, está la izquierda institucional, la de los partidos políticos que han gobernado, el Botànic, con sus diversas fuerzas, y por otro, la izquierda social, formada por asociaciones, colectivos y gente militante de base que continúa trabajando día a día en la calle para mantener vivos los valores progresistas, feministas, antirracistas y antifascistas. En cuanto a esta izquierda de base, pensamos que es un espacio muy vivo, comprometido e imprescindible. Es quien realmente ha sostenido el tejido social y ha continuado movilizándose incluso cuando la política institucional se ha desconectado de la realidad. Sin ese trabajo cotidiano y silencioso, el espíritu transformador de la izquierda ya se habría apagado hace tiempo.
En cuanto a los partidos que han gobernado, durante el Botànic se hicieron muchas cosas buenas, pero no siempre se supieron explicar bien. En algunos momentos se cayó en una cierta comodidad o prudencia excesiva: se gobernó con buenas intenciones, pero con poca contundencia comunicativa y, a veces, con decisiones demasiado conservadoras. Ahora bien, sí que vemos una diferencia en la actitud reciente de Compromís, especialmente a raíz de todo lo que ha pasado con la DANA y la gestión de la crisis posterior. Es, ahora mismo, el único partido mayoritario que está realmente presente en las calles, en las manifestaciones y al lado de las familias de las víctimas. Se ha visto un esfuerzo evidente por reconectar con la sociedad valenciana, por escuchar y estar al lado de la gente. Por lo tanto, mientras la izquierda social sigue siendo motor y conciencia crítica, la izquierda institucional tiene aún el reto de volver a ser cercana y valiente, de actuar con la misma empatía y claridad que la gente que se organiza en los barrios y en los movimientos.

¿Creéis que los medios de comunicación tradicionales no están sabiendo llegar al público joven? ¿Qué cambios serían necesarios para revertir este desinterés?
Más que decir que los medios tradicionales “lo están haciendo mal”, creemos que lo que ha pasado es que ha cambiado completamente el contexto. La manera en que nos informamos ha evolucionado radicalmente con las nuevas tecnologías, las redes sociales y la inmediatez digital. Hoy el consumo de información es mucho más fragmentado, visual y emocional. Ya no esperamos al telediario, sino que buscamos respuestas al momento, como en TikTok, Instagram o en Telegram. Esto no quiere decir que los medios tradicionales sean inútiles, pero sí que deben saber adaptarse a esta nueva realidad. Algunos lo están intentando, abriendo nuevos formatos, simplificando lenguajes o apostando por el contenido audiovisual, pero aún queda mucho camino. Hay que entender que el público joven no ha dejado de interesarse por la información, sino que simplemente ha cambiado de espacios y de códigos. Necesitamos periodismo más cercano, con contexto, con narrativas que nos interpelen y que utilicen los formatos que ya consumimos. Y, sobre todo, que nos hable de igual a igual, sin paternalismo ni superioridad moral.
Un año después de la trágica riada con 229 muertos y 12 manifestaciones consecutivas, Carlos Mazón aún sigue manteniendo su cargo. ¿Cómo interpretáis la situación actual?
Nos parece absolutamente indignante. No solo por lo que pasó aquel día, sino por todo lo que ha venido después. El hecho de que el presidente haya cambiado de versión ocho veces, que haya menospreciado y ridiculizado a las víctimas con sus declaraciones, y que aún tenga la osadía de asistir al funeral de estado a pesar de que todas las asociaciones de víctimas le han pedido por unanimidad que no lo haga, es de una falta de empatía y de respeto insoportable. No estamos hablando de muertes, estamos hablando de asesinatos, y su comportamiento posterior es una burla constante a las familias que aún buscan verdad, justicia y reparación. En cualquier democracia sana, una situación así habría tenido consecuencias inmediatas. Pero, igual que ya hicimos en el momento de la DANA y durante toda la reconstrucción posterior, hemos intentado transformar la rabia en acción. Entonces, ante el abandono institucional, la gente se organizó: vecinos, voluntarios, colectivos… Todos hicimos un esfuerzo enorme por quedarnos con la parte humana y solidaria, por ayudarnos mutuamente y construir algo positivo en medio del dolor.
¿Creéis que la crispación entre la sociedad valenciana sobre la gestión de la DANA del Consell continuará aumentando?
Toda esta ola de movilizaciones debe servir para recordar que somos muchos, que estamos juntos y que la dignidad de las víctimas no está sola. Hay que seguir a su lado, escucharlas, reconfortarlas y estar atentos a qué necesitan. Y, evidentemente, seguir exigiendo la dimisión y las disculpas públicas del presidente Carlos Mazón y de todo el Consell. Como ciudadanos, quizás la única herramienta que tenemos ahora es mantener la presión, no normalizar la impunidad y seguir insistiendo para conseguir convertir este clamor popular en un cambio real. Que esta indignación no se apague, que se transforme en memoria, en conciencia y en voto, porque lo más importante es que no se olvide lo que ha pasado ni lo que hemos aprendido como sociedad. El reto es seguir canalizando la rabia hacia la construcción colectiva, y no caer en la resignación.
Respecto al posicionamiento del Gobierno autonómico sobre la lengua, ¿creéis que los recortes en políticas lingüísticas pueden poner en riesgo la normalización y el uso del valenciano en la sociedad?
Absolutamente sí. Los recortes no son solo económicos, sino también simbólicos. Cuando quitas recursos o programas en valenciano, estás diciendo a la sociedad que la lengua es secundaria. El valenciano no es solo un medio de comunicación: es identidad, es cohesión, es autoestima colectiva. Si lo marginamos de las escuelas, de los medios o de las instituciones, el mensaje es claro: que no vale la pena hablarlo. Y eso es precisamente lo que tenemos que combatir cada día, especialmente ahora que hay un intento muy claro, desde los sectores más reaccionarios, de asociar la lengua con la división. Defender el valenciano es defender el derecho de todas y todos a explicarnos y a existir en nuestra propia voz.
