Jordi Sarrión i Carbonell

Opinión

Las redes asociales: los ‘putos’ podcasts y otras formas de bajar la polarización

Periodista

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Il•lustració cedida per Cesc Roca (@cescrocastudio)
Il•lustració cedida per Cesc Roca (@cescrocastudio)

Hace poco escribí unas líneas en esta misma casa y me llovieron críticas por todos lados. Las críticas, por supuesto, no sólo son lícitas, sino que, además, son imprescindibles para mejorar cada día. 

Sin embargo, lo que me preocupó aquel día no fueron las críticas razonadas y argumentadas —con mayor o menor profundidad—. Lo que me dejó muy preocupado fue la actitud de algunas personas para entrar directamente a citar el tuit profiriendo insultos o, directamente, descalificativos personales. 

Después de aquello, estuve unos días planteándome si dejar Twitter, como ya han hecho otros muchos. Después de reflexionar recordé que, como escribí un día en este artículo en la Revista Mirall, necesito comer y es gracias a Twitter que me reconocen mi trabajo y me buscan para acceder a otros espacios. 

También —por qué no decirlo todo— es gracias a Twitter y a las redes que he encontrado a mucha gente que me ha aportado muchísimo y que, ya fuera de las fronteras digitales, se han convertido en mis amigos y compañeros de vida. Muchos de ellos, además, me acompañan en el anhelo de construir un País Valenciano y un mundo mejores.

¡Es el algoritmo, estúpido!

Llegados a este punto, la pregunta que hace falta que nos hagamos es: ¿Por qué actuamos de manera diferente en las redes sociales que en un bar? Dice la periodista Mariana Moyano que Twitter es como la barra de un bar a las 4 de la mañana con todo el mundo borracho.

Pero esta actitud que tenemos en las redes no es casualidad. Mucha gente da por supuesto que las redes sociales son neutrales o imparciales. Cómo demuestran numerosos estudios, las redes sociales ejercen de intermediario para seleccionar los contenidos que consumimos. 

Al otro lado de la pantalla, centenares de personas trabajan para que nos lleguen los contenidos que nos generan el mayor estímulo posible. Todo ello para que pasemos el mayor tiempo posible y puedan ingresar la mayor cantidad de dinero posible con la publicidad. Necesitamos nuestra dosis de dopamina para sentirnos felices en un mundo en que las empresas tecnológicas se pelean por nuestra atención. Y, por si faltaba poco, cada vez tenemos más estímulos y menos paciencia.

Spoiler: las redes sociales no son neutrales. Así, han descubierto que el odio es la emoción que más nos moviliza, y lo utilizan contra nosotros de manera sistemática. Por eso, nos aparece en el momento menos esperado aquella publicación que busca que nos enfademos. Aquella que busca la respuesta agresiva, el insulto, la descalificación personal. 

En definitiva, aquella que busca que saquemos lo peor de nosotros mismos. Y, quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra. Estoy profundamente convencido que más de la mitad de discusiones subidas de tono que tenemos por Twitter acabarían de manera positiva y con cierto consenso en una barra de bar con una cerveza bien fresquita delante.

Y los algoritmos… ¿Quién piensa en los algoritmos?

Una parte importante de los discursos de izquierdas es crítica con los medios de comunicación. Otra, es muy consciente que la ciudadanía movilizada tiene que ocupar los espacios públicos, e incluso una parte más pequeña es consciente de que también hay que ocupar los espacios virtuales. Estos son uno de los principales escenarios en que tiene lugar la “batalla cultural” que tan de moda está en los últimos tiempos.

Ahora bien, son pocas las voces que hablan sobre los algoritmos. En un mundo donde las grandes compañías tecnológicas se han convertido en los árbitros de la conversación pública —hasta el punto de dictaminar quién puede (y quien no puede) tener una cuenta—, es urgente que tomemos el control de los algoritmos. Pero, claro, esto no es nada fácil, porque el valor añadido que crean estas grandes compañías (y que, por lo tanto, repercute en un mayor número de beneficios), es el algoritmo que las hace más adictivas, más divertidas y más imprevisibles (como ocurre con Tik Tok).

Algunos (como este artículo de la revista Jacobin) van más allá y se atreven a pedir la socialización de las redes sociales y las aplicaciones de dating (dicho hablando en plata y raso, las aplicaciones para ligar). Y es que cada día pasamos más tiempo con nuestros teléfonos, tan brillantes y que han acabado convertidos en extensiones de nuestro cuerpo como previó el pensador Marshall McLuhan años atrás. 

Los podcasts y otras formas de huir de los gritos

Vivimos en un ecosistema de redes sociales construido para que no nos quede otra que dividirnos, enfrentarnos y forzarnos a estar dentro de la frontera del “nosotros” o de la del “ellos”. Una sociedad donde primero comienzas una batalla campal y, después, entre cenizas y destrucción, te planteas por qué ha empezado todo, con una mezcla agridulce de dudas y tristeza.

Por eso, se abre una nueva oportunidad de que volvamos a recoser nuestras sociedades y empecemos a establecer nuevos consensos que nos permitan avanzar hacia un mundo con más oportunidades, más democracia y más justicia social. Son los podcasts, los medios que permiten entender el contexto, los directos de Twitch o los espacios de Twitter, nuevos formatos que nacen bajo la demanda de rebajar el tono, dejar de gritarnos los unos a los otros y empezar a escucharnos. Pero para tener conversaciones de calidad necesitamos tiempo. Antes de cada discusión en Twitter, planteémonos: ¿soy yo o son ellos quienes nos quieren discutiendo?

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