Jordi Sarrión i Carbonell

Opinión

Les Falles seran sempre nostres

Periodista

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Fallera besándose  // Ilustración cedida por el autor Cesc Roca
Fallera besándose // Ilustración cedida por el autor Cesc Roca

Capítulo I: El autoodio

Mi historia de amor con las Fallas empezó como empiezan todas las historias de amor. Primero, crees que la otra persona no te gusta, y sientes una especie de rechazo inocente. Yo compraba todos los tópicos: que las Fallas son sectarias, que no encontraba mi lugar, que están hechas por fachas y que todos los falleros son unos fachas. También pensaba que la misión de la gente progresista era alejarse de ellas y renunciar. Construir nuestra propia isla, quizás en Cataluña. Si, total, ellos lo hacen todo mucho mejor que nosotros. Ellos sí son un país, no como nosotros que tenemos al PP desde hace 16 años. Si es que todavía nos pasa poco. ¡Y encima la gente no sabe votar bien! Bendita inocencia…

La izquierda renunció al València CF y se hizo del Barça. Renunció en las fiestas de los pueblos. Renunció a las Fallas. Renunció a les Fogueres. Renunció a las banderas que representan a la mayor parte de los valencianos. Pero es que también renunció a nuestros rituales como Pueblo. La izquierda renunció al campo y el esmorzaret, a la defensa de nuestras bandas y charangas y, en definitiva, renunció a todo aquello que pudiera sonar popular. Renunció al valenciano que se hablaba en las calles, y habló con palabras y expresiones que parecían chino para quienes labraban en una acequia o en un campo de naranjos de La Ribera.

Mi tío fue uno de ellos: uno de aquellos locos que fundaron la Unidad por el Pueblo Valenciano y salieron a las manifestaciones a gritar que querían la bandera “sense blau, sense blau”. Participaron de una batalla sangrienta y fratricida entre valencianos auspiciada por las élites madrileñas y el Palco del Bernabéu ¿Seguro que ese era el mayor problema de nuestra gente? Sé que ellos trabajaron mucho, pero nunca superaron la barrera del 5% de los votos.

Por desgracia, nunca fueron capaces de insuflarnos la conciencia de que los valencianos éramos un Pueblo. Por desgracia, también, nunca supieron dejar su superioridad moral ni en las Fallas ni en el resto de fiestas populares. Ellos eran los más puros: ellos nunca tuvieron una contradicción, pero tampoco tuvieron el apoyo del Pueblo valenciano. Actuaron en un País Valenciano imaginario, que no existió más allá de sus anhelos y deseos. Pero los Pueblos son sabios: Quien no quiere a su Patria no quiere a su madre.

Capítulo II: El despertar

Para mí, la victoria del gobierno del Botánico el 2015 marcó uno de los puntos de inflexión en mi vida. Ver a Mónica Oltra vestida de fallera mientras lloraba en la ofrenda a la Virgen María me hizo pensar muchísimo. También verla cantando nuestro himno sin ningún tipo de complejo. Fueron días en que aprendí que, para muchos, lo que verdaderamente significa ser de izquierdas es la comodidad del sofá y hacer la revolución en Twitter. En definitiva, el privilegio de poder permitirse no tener contradicciones.

A Oltra la acompañaban sus contradicciones, pero también su valentía de disputar las fiestas populares a una derecha que se sentía ama y señora del Cap y Casal. Una derecha que llegó a tal punto de vanidad de pensar que el destino de los valencianos les pertenecía para siempre. Y después llegó el viaje a Argentina, donde entendí que no se es nada si no se es Pueblo y que, sobre todo, no se puede ser nada si se vive de espaldas al Pueblo que aspiras a representar. ¡Claro que no te votan, cap de suro! Cómo cantaría C.Tangana, los dejaste de querer cuando más te necesitaban.

Así que, un día, decidí dar una nueva oportunidad a las Fallas y el resto de fiestas populares de los valencianos. Colgué mis prejuicios en la percha de mi casa junto con el abrigo de tres cuartos (¡que hacía caloret faller!). Decidí vestirme con el blusón fallero y mi pañuelo y salí a ver Fallas, a tocar algún año con la banda del pueblo, con mis amigos falleros. A tirar masclets como me habían enseñado de crío antes de perder la inocencia. En definitiva, aprendí sin ningún tipo de complejo que aquellas fiestas también eran las mías y las del resto de valencianos. Aprendí a bailar el Flying Free en cualquier verbena y a cantar Camals Mullats, Cassalla Paradise y Esbarzers de La Gossa Sorda en la falla donde tocaba La Pato.

Capítulo III: Con nuestro Pueblo hasta el fin del mundo

Nuestras fiestas populares son un reflejo de nuestro Pueblo. Un Pueblo que, como decía Branqueta del Càndid de Miquel Nadal, o se abandona o es capaz de lo mejor. Un Pueblo lleno de contradicciones que lo hacen levantarse una y mil veces. Son las nuestras unas de las fiestas más diversas del mundo, donde la política impregna cada reivindicación, cada conversación y cada casal fallero. Donde todas quemamos todo aquello que nos molesta. Toda la precariedad, la ansiedad y todo el sufrimiento de la pandemia y los convertimos en combustible para Fallas.

La nuestra es la fiesta del país de la música. Es una fiesta que no se puede explicar, y que se tiene que sentir. El momento del año donde centenares de bandas y charangas llenan cada calle y cada falla de melodías y sentimientos. Es la fiesta del pensat i fet, de trabajar todo el año para quemarlo en un rato. La nuestra es la fiesta de las contradicciones, la de la València más laica que se emociona viendo la ofrenda a la Mare de Déu. Los valencianos no somos ni mejores ni peores. Somos un pueblo trabajador, valiente, abierto y alegre. Seguiremos soñando con unas Fallas más libres y más diversas, con esa València donde las calles son de plata y donde poder vivir a la valenciana como cantan los de Cactus, sin pedir perdón ni permiso. Visca València lliure i visquen les festes populars!

 

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