Opinión

Diálogo y Dialéctica

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Por una parte, atacan al nacionalismo, cuando son de los peores nacionalistas que hemos conocido, con planteamientos tan rancios que nos transportan a épocas que pensábamos, de forma errónea, ya superadas. Apelan a la ley para preservar la democracia, cuando es la propia democracia, si de verdad la hubiera, la que sería garante de que la progresiva actualización de las leyes sirviera para mejorar la vida de sus pueblos. Se contempla el diálogo, pero a posteriori, cuando la dinámica del mismo se les ha ido de las manos, y dentro de los límites que marca la ley, en su terreno de juego.

De otra, se constata un hartazgo estructural, a nivel político, de que se les haya ninguneado en sus pretensiones finalistas, aunque siempre han sacado su consabida rentabilidad económica en sus apoyos puntuales al gobierno al que ahora confrontan. Apelan al diálogo, a ese diálogo que no tuvieron a priori, a aquel que no les concedieron en una supuesta dialéctica política que tuviera como objetivo real alcanzar su propia síntesis, fuera de los límites de la parte contraria.

Y como resultado, resulta desalentador ver a unos y otros apelar al diálogo entre las partes, un diálogo sobre el que nada hay que hablar, ya que, probablemente es la ausencia de diálogo, en estos momentos, lo que hace avanzar a cada una de las partes hacia su objetivo político inmediato.

No hay ni habrá diálogo, es la dialéctica del absurdo, la que no resuelve nada ni lleva a ninguna parte común. Es la dialéctica de los vencedores y vencidos.

Pero lo más preocupante tampoco es eso. Lo que nos causa una creciente inquietud es que esta dinámica infernal haya propiciado el reciente afloramiento de la extrema derecha, surgiendo del averno del nacionalismo español de toda la vida. Y lo que, más aún, resulta especialmente inquietante, es la pátina de normalidad con que un amplio sector de nuestra población, de la denominada gente de bien y de orden, ha justificado, de forma inmediata, el retorno de una violencia supuestamente erradicada de nuestra vida social y política.

La hemos visto crecer en Europa en los últimos años, y pensábamos que teníamos cierta inmunidad a este fenómeno. En algún momento pensamos, o queríamos pensar, que ya habían desaparecido… que se habían ido o, mejor aún, que podían hasta haber evolucionado en sus planteamientos de convivencia. Pero ahora sabemos con certeza que no es así, que la bestia vive entre nosotros y está despertando de su letargo.

Lo sucedido en las últimas semanas nos ha devuelto a la realidad, como un mazazo, para constatar que no hay, ni habrá, diálogo… ni dialéctica constructiva.

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