Jordi Sarrión i Carbonell

Opinión

7 años de mestizaje a la valenciana

Periodista

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Escribe el periodista Rodrigo Terrasa en su libro La ciudad de la euforia que “el poder genera corrupción, y el poder absoluto genera corrupción absoluta”. Y esto es, precisamente, lo que ocurrió en el País Valenciano en un tiempo de mayorías absolutas y “grandes eventos valencianos”. Un tiempo en que la fiesta no se acababa nunca. Terrasa fue uno de los periodistas que, durante años, informaba a los valencianos sobre aquello que ocurría en el ala Oeste del Palau de la Generalitat, cuando esta estaba gobernada por Zaplana, Camps y Fabra. Y también cuando nadie se atrevía a ser el pringado que apagara las luces y anunciara que la fiesta se había acabado. 

Sin embargo, fueron muchas las cosas que se rompieron aquel 24 de mayo del año 2015. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y, para muestra, la de Rita Barberà abrazando desconsoladamente a quien fuera delegado del Gobierno Serafín Castellano. “Qué hostia”, dijo Rita, después de perder la alcaldía de València 24 años más tarde. Precisamente Castellano sería detenido y citado a declarar por fraccionamiento de contratos 5 días más tarde. Todo un imperio se hundía. El País Valenciano estaba preparado para superar las mayorías absolutas y los tópicos: nadie iba a acabar con la paella, pero el nuevo gobierno sí estaba dispuesto a acabar con la sombra de la corrupción.

Valentía y mestizaje: un nuevo ciclo

Después de unas negociaciones muy duras, Ximo Puig se convirtió en el nuevo presidente de los valencianos. Se firmaba un acuerdo de gobierno entre Compromís y el PSPV-PSOE, que salía adelante con el voto afirmativo de los diputados de Podem. Con Antonio Montiel al frente, los morados decidieron fiscalizar el ejecutivo desde fuera. En este nuevo gobierno hubo una cosa que cambió para siempre la política valenciana: el mestizaje político. Muchos, incluido el síndic socialista Manolo Mata, tenían dudas sobre la mezcla de cargos de Compromís y el PSPV dentro de una misma consellería.

Para una Mónica Oltra que se convertía en la nueva Vicepresidenta del Consell, esto del mestizaje era irrenunciable. Así, y haciendo una simplificación, si un consejero era del PSPV, su número 2 en la consellería (el secretario autonómico) sería de Compromís, y el director general nuevamente del PSPV. De este modo, las consellerías dejaban de convertirse en departamentos estancos al servicio de los intereses de un partido, y se convertían en departamentos al servicio de un gobierno. En 2019 vendría un mestizaje más complejo y diverso todavía, que integraría a Podem y a Esquerra Unida. 

Y es que, buena parte de las crisis que encontramos en los gobiernos de coalición tienen mucho que ver con el hecho de que la acción de gobierno se convierte en una lucha entre partidos por el poder. Y, es obvio que todos los partidos que conforman una coalición quieren crecer y mejorar sus resultados, pero reducir la política a una lucha fratricida entre partidos es de todo menos alentador para la salud de nuestras democracias. 

El País Valenciano se convirtió en vanguardia de Europa con un gobierno donde los partidos tienen claro que, o cooperan entre ellos, o se hunden colectivamente. Y ese, para mí, es el gran triunfo del Botànic. Un triunfo que, hasta ahora, ni en Moncloa, ni en Cataluña, ni en las Islas Baleares ni en ningún otro gobierno autonómico (a izquierdas y derechas) se han atrevido a replicar. 

Combinar diversidad con estabilidad: el gran reto de las izquierdas

El éxito del mestizaje es mucho más que una simple experiencia política. Porque la gente, además de políticos honrados, demanda una clase política capaz de ofrecerles un horizonte. Capaz de ofrecerles certezas como la renta valenciana de inclusión o leyes que protejan los derechos de las mujeres, los niños o las personas LGTBIQ. Una clase política capaz de aprobar 7 presupuestos en 7 años, de volver transitar la senda de la inversión en sanidad, educación y de reforzar unos servicios sociales destrozados por el Partido Popular. 

El otro día hablaba con Tomás Laibe, vicepresidente adjunto de la Convención Constituyente que pone en marcha la nueva constitución de Chile. Una asamblea con participación masiva de independientes y representación de los pueblos originarios, del colectivo feminista, de los autónomos, de los pensionistas o de las personas LGTBIQ. Él me contaba cómo de difícil es empezar de 0 y de ponerse de acuerdo con gente que piensa de manera diametralmente diferente a la tuya. Y construirlo todo de nuevo después de años de destrucción neoliberal. 

Pero, si no son los movimientos progresistas del mundo quienes son capaces de ofrecer certezas mientras gestionan la diversidad e integran a los que antes estaban excluidos… ¿Quién lo hará? Cómo dice Manolo Mata, a gobernar se aprende gobernando. La era de las mayorías absolutas ha acabado y, sinceramente, no soy capaz de ver a las derechas ponerse de acuerdo para cogestionar espacios, para compartir consellerías y ministerios y, lo que es más importante, para favorecer la cultura del diálogo y de la integración de quien piensa diferente. Que, por una vez, esta tribuna también sirva para agradecer: ¡Larga vida al Botànic y al mestizaje!



 

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