Las instituciones empiezan a sospechar del Valencia CF

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El agujero es gigante. Además de la última derrota contra el Málaga y la pérdida de Ezequiel Garay hasta enero (rotura muscular en el muslo derecho), existe la posibilidad de que el equipo de Prandelli, si pierde en el difícil Anoeta, puede dormir la Navidad en el descenso mismo. ¿Por qué? No habrá posibilidad de sumar ya que el partido ante el Real Madrid en Mestalla se jugará en febrero y no este mes, en el entendido que esa era una oportunidad.

Pero hay más en el fondo. Las instituciones del fútbol empiezan a sospechar del Valencia. No del comportamiento de su afición, que asiste menos al estadio pero sigue fiel, no, sino de quienes llevan los hilos del club. Si bien Layhoon Chan pone todo de sí para complacer, Peter Lim lleva varios meses sin pisar la tierra del Túria y hasta su hija amenazó hace unas semanas con la partida del empresario del control financiero del equipo. Todo esto con la construcción pospuesta del nuevo estadio.

Este incumplimiento también se relaciona con la falta de trabajo del inversor de Singapur, que no hace lo que debiera hacer: invertir. Porque pareciera —solo pareciera, no nos precipitemos tan críticamente— que comprar al Valencia como extranjero fue en un principio un buen negocio y no una preocupación válida por el futuro del club. Consecuencias de esto hay para regalar.

Con los resultados, tanto la gestión como la economía se resienten. Y así. Es un círculo vicioso de nunca acabar. A pesar de que está la idea de que organismos como la FIFA, la Conmebol o la UEFA prefieren los vicios del fútbol moderno, el asunto no es tan fácil de manejar cuando se sobrepasan los límites. Y eso es lo que ha hecho Meriton con los blanquinegros, un asunto que tiene a algunos aficionados con la cabeza activa al imaginar cómo estaría el club si lo mantuvieran ellos, en un mundo de aventuras.

Si bien se ha cumplido parcialmente con el ajuste económico que pide la Liga, el mercado de fichajes del verano no ha entregado los resultados que se esperaban. Tampoco la venta de Alcácer, André Gomes y Mustafi, que en palabras de las autoridades significaría una salvación monetaria para paliar el desajuste; 140 millones de euros había que recuperar en verano y nada pasó.

Si no hay logros, si no hay Europa, si no hay Champions, si no hay goles ni victorias se puede suponer sin margen de error que el edificio completo del club puede derrumbarse en solo una temporada. Ni siquiera se pueden asegurar fichajes de nivel en invierno.

Finalmente, resignarse a que hoy en día sin dinero no hay alegrías puede parecer una verdad no tan descabellada.

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