‘La forma del agua’ de Guillermo del Toro: Amor subacuático redentor

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'La forma del agua' es la última propuesta del mexicano Guillermo del Toro, cineasta muy integrado en el engranaje del cine norteamericano sin tener que renunciar a las raíces de la impronta del género fantástico que distingue toda su filmografía. Este ambicioso y exuberante film envuelto de romanticismo y fantasía de Del Toro ha sido validado por los académicos con trece nominaciones, algunas de ellas tan importantes como mejor film, mejor director, mejor actriz o mejor actriz secundaria, erigiéndose en una de las firmes candidatas a la estatuilla del Oscar.

'La forma del agua' muestra la vida rutinaria pero feliz de una solitaria chica muda, Elisa Esposito (Sally Hopkins), pura bondad y de espíritu vitalista. Elisa, que se encarga del cuidado también de su vecino, Giles, un publicista gay (Richard Jenkins), trabaja en el servicio de limpieza en un laboratorio de alta seguridad del gobierno americano. En su turno de trabajo, junto con una compañera de color, Zelda (Octavia Spencer), Elisa se sentirá tan atraída como unida a una extraña criatura anfibia que permanece en cautividad en estas instalaciones gubernamentales. El film entronca en el contexto de la guerra fría, en medio del miedo a los estragos de la bomba atómica, la hostilidad hacia el enemigo ruso, estigmatizado, y entre experimentos y secretos de estado.

Pero esta realidad de tensión entre bloques de los 60 se ve a menudo sublimada en el film por el imaginario mágico y soñador del cine, los musicales o la televisión. Y sobre todo el film de Del Toro se impregna del espíritu y misticismo de una película de serie B de aquellos años, claramente deudor del clásico 'La mujer y el monstruo' (1954, Jack Arnold), poética reformulación del motivo de la bella y la bestia, que en el film de Arnold toma la forma de una criatura antediluviana encontrada en una laguna tropical. El film apuesta también por la visión tierna y solidaria de la diferencia, caso de los inmigrantes –la compañera de la protagonista–, los discapacitados –la misma protagonista–, o los homosexuales –el vecino ilustrador–.

El film se empapa de una atmósfera onírica, cercano al mundo del subconsciente, sobre todo con un prólogo que conecta los sueños de Elisa con el mundo del agua. El agua acontece un elemento matérico omnipresente en muchos instantes del film y que revive en momentos álgidos como la escena entre ella y el monstruo en el cuarto de baño, todo inundado, en que se conjuga el sexo, la sensualidad y la carnalidad de los cuerpos con el elemento líquido. Un universo fluido que encuentra en el desenlace la perfecta rúbrica del círculo cerrado abierto al inicio, el definitivo momento acuático de comunión de los amantes, el cual acaba dando forma iconográfica al mismo cartel del film.

Predomina el aliento del cuento, de la patraña, todo y el sustrato político del momento o una cierta preocupación social mediante una tríada de personajes marginales contra el poder, síntoma también de una mirada más adulta de Del Toro. El director de 'El laberinto del fauno' se despreocupa del terror o el miedo mientras juega a placer la carta de la irrealidad, lo fantástico. Una temperatura fantástica reforzada no sólo por la misma trama, sino también por la suntuosa y amanerada realización, con unos cuidadosos y contrastados juegos lumínicos y un portentoso diseño escenográfico. Un cuento moderno de buenos y malos de una pieza, como el militar de seguridad, Coronel Richard Strickland (Michael Shannon), en que se subvierte el concepto de aquello monstruoso. Un cuento maravilloso y flotante de amor redentor en tiempo de odios y visceralidad.

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