"Colossal" se presenta como la primera superproducción del español Nacho Vigalondo, después de un film anterior que ya estaba coproduït con capital americano y hablado también en inglés, "Open Window" (2014), con Elijah Good y Sasha Grey. "Colosal" finalmente se estrena en salas de casa nuestra mucho después de su paseo por festivales internacionales, como el de San Sebastián'2016, y después también de su estreno en los Estados Unidos el pasado mes de abril, un estreno demorado que debe de responder a algunas trabas que desconozco.
La idea planteada a "Colosal" resulta original de entrada y, entre varios registros, se apunta al género fantástico a través de una habitual formulación en que la imaginación está imbricada en la misma realidad, que la fantasía se nutre de la misma realidad. Vigalondo esboza con mucha gracia como las tentines de una chica borracha de madrugada, Gloria (Anne Hathaway), y en un parque infantil vacío, tienen su increíble correspondencia con la aparición de un monstruo gigante alienígena que destroza con las suyas pasas Seul, una ciudad situada en las antípodas del tierra que pisa la chica.
El film es una caricatura del género catastrofista oriental de gigantes invasores que asolan el mundo, kaiju eiga, pero esta vertiente nace de un registro muy próximo a la comedia romántica o sentimental y, también, generacional. Y es que "Colosal" aborda directamente las relaciones afectivas y existenciales que atraviesa su personaje femenino principal, desde su separación de su pareja urbana, Tim (Dan Stevens), al reencuentro de un compañero, Òscar (Jason Sudeikis), viejo amigo de infancia. Reencuentro que se produce en la ciudad natal dónde ha escapado Gloria de su fracaso laboral y vital, como un regreso al mundo de la infancia, una regresión a la casilla de salida.
No hay que insistir que la combinación del fantástico con el atribolada y descentrada vida de la chica es uno de los grandes reclamos del film. El film parece hablar desde la gravedad del desgavell de Gloria, pero lo hace como una broma simpática, alocada en bastantes momentos, en sintonía con la filmografía marciana y extravagante de Vigalondo. Pero se detecta también que detrás este envoltorio, el disfraz, el enmascaramiento de la fabulación late una película más adulta que no una obsesión juvenil. Incluso se desprende un cierto tono sermonejador a favor de la abstemia en contra de los excesos etílicos y las noches de borrachera, que parece entrar en contradicción con unos principios propios basados, hasta ahora, en aquello gamberro y más iconoclasta.