Alaquàs recibe su nombre de la adaptación del anterior, al-aqūās, que en árabe quiere decir "los arcos". No se sabe a ciencia cierta a qué arcos se refiere, ni si aún existen, pero lo que está claro es que fue una alquería de origen musulmán durante bastante tiempo hasta que, en 1238, fue conquistada por Jaume I, que le dio la titularidad a Bernat Castelló. Así empezaba una época en la que la antigua alquería fue de unas manos a otras.
Bernat se la cambió a Ponç de Soler por unas posesiones, y a Soler le duró poco su nueva adquisición: al poco tiempo, se la confiscaron y pasó a ser dominio de la Corona. A principios del s.XIV, Juan Escrivà la compró y, a lo largo del siglo, volvió a ser comprada, esta vez por los Vilaragut.
Entrado el siglo XV, el señorío volvía a cambiar de manos: los Vilaragut se lo vendieron a los Aguilar. Más tarde, pasaba a ser patrimonio de los Pardo de la Casta. Luis Pardo, miembro de esta familia, fue nombrado conde de Alaquàs en 1577, y se le atribuye el inicio de la construcción del castillo de Alaquàs sobre la anterior fortificación musulmana.
Tiempo más tarde, el condado fue propiedad de los marqueses de Manfredi hasta la desaparición, en el siglo XIX, de los señoríos jurisdiccionales. A raíz de esta supresión, en 1918 comenzó un proceso de expolio del castillo, con la finalidad de aprovechar comercialmente sus materiales. Sin embargo, la sociedad más culta defendió el edificio condenando esta práctica. Gracias a su movilización consiguieron, el 26 de abril de ese mismo año, que el Rey Alfonso XIII declarara el castillo Monumento Histórico y Artístico Nacional.
El castillo se abrió al público por primera vez en 2003. Hasta el momento, había sido propiedad privada y, por tanto, limitada a unos pocos. En este siglo, por fin, ha pasado a pertenecer a su gente, convirtiéndose en uno de los principales centros culturales de la Comunitat Valenciana.
El Ayuntamiento de Alaquàs se prepara ya para la celebración, en 2018, de un hecho gracias al cual podemos disfrutar del Castillo hoy en día. Si no hubiera existido, en primera instancia, la preocupación de esa gente intelectual que denunció el expolio, y si no se hubiera escuchado a esa gente y, por tanto, protegido el monumento como requiere; hoy, en el lugar que ocupa el Castillo, solo quedarían ruinas... o un nuevo edificio sin historia alguna que contar.