Mª Carmen lleva casi cuatro décadas dedicada a la formación vial. Es profesora en Autoescuela Turia y actualmente representa a AVAE, la Asociación Valenciana de Autoescuelas. En esta conversación analiza la situación actual del sector, marcada por la falta de personal, la burocracia y un sistema de exámenes que ha dejado a miles de alumnos en lista de espera. Con tono cercano, realista y a veces resignado, describe un oficio que ama, pero que —dice— vive uno de sus momentos más difíciles.
Para empezar, ¿cómo definirías AVAE y qué papel desempeña en la formación vial de la Comunitat Valenciana?
AVAE nació hace más de 30 años y hoy es una marca consolidada. Lo que mucha gente no sabe es que no somos una franquicia ni un grupo con un único propietario. Cada autoescuela mantiene su identidad, su nombre y su barrio, aunque compartimos una imagen común. A mí me gusta explicarlo como un colegio en el que todos llevamos el mismo uniforme: trabajamos bajo una marca paraguas que nos une, pero cada escuela sigue siendo de toda la vida, cercana, con nombre y apellidos.
El sector de las autoescuelas siempre ha tenido un componente muy familiar. ¿Sigue existiendo ese relevo generacional o se está perdiendo?
Se está perdiendo mucho. Tradicionalmente las autoescuelas las abrían matrimonios y luego los hijos continuaban, igual que ocurría con las tiendas o las panaderías del barrio. En mi caso no ha sido así, mi hijo no ha seguido este camino, pero sí tengo compañeros cuyos hijos ahora son mis colegas. Conozco a varios a los que vi de pequeños y hoy son profesores. Es algo muy bonito, aunque cada vez más raro. Falta relevo y también vocación.
Uno de los problemas que más se comenta últimamente es el colapso de los exámenes de conducir. ¿Qué está pasando realmente con el sistema actual?
Antes las escuelas teníamos un calendario estable. Cada profesor sabía cuándo podía presentar a sus alumnos al examen, normalmente unas cuatro personas por semana. Eso permitía organizar la enseñanza, planificar y garantizar un buen nivel de preparación. Desde que se implantó el sistema CAPA todo depende de la capacidad de la jefatura, que reparte los cupos de forma irregular. Ya no sabemos cuándo habrá exámenes, ni a cuántos alumnos podremos llevar, y eso nos deja completamente atados.
¿Cuánto puede esperar ahora un alumno desde que aprueba la teórica hasta que hace el examen práctico?
Entre tres y cuatro meses, y probablemente me quede corta. Hay tanta gente esperando que se convierte en un embudo. Es como tener un restaurante lleno, con todas las mesas ocupadas y una cola enorme fuera. Hasta que alguien no se levanta, no puedes sentar a otro. Pero si ese alumno suspende, vuelve a la mesa, y el turno de los demás se retrasa todavía más.
Has mencionado la falta de profesores, pero también la de examinadores y funcionarios. ¿Cómo os afecta esta situación en el día a día?
Muchísimo. He tardado un año entero en encontrar un profesor para sustituir a uno que se jubiló. No hay profesionales que quieran dedicarse a esto. Y el problema se agrava porque en las jefaturas de tráfico ocurre igual: no hay examinadores ni funcionarios suficientes. Cuando uno se jubila, no se sustituye. Cada funcionario examina menos alumnos al día, pero la demanda sigue creciendo. Es una ecuación imposible: más alumnos, menos personal y menos capacidad.
Con este panorama, ¿cómo se gestiona la relación con los alumnos, que muchas veces no entienden por qué deben esperar tanto?
Con mucha paciencia. Ahora todo se hace por WhatsApp o teléfono, casi nadie viene en persona. Les explicamos que hay listas de espera largas y que no depende de nosotros. Algunos se desesperan, claro, pero no podemos darles fechas porque no las tenemos. Hay alumnos que terminan la teórica y se tiran meses esperando para empezar las prácticas. Eso desanima a cualquiera, y también a nosotros.
Además del problema estructural, también hay un cambio generacional entre los nuevos conductores. ¿Cómo ves a los jóvenes de hoy?
Diferente, sin duda. Muchos ya no sienten la misma necesidad de tener coche. Tienen patinete, metro, Uber o los lleva su padre. El esfuerzo no es el mismo. Antes, con 18 años, todos querían el carné cuanto antes; ahora muchos esperan hasta acabar la universidad. También tenemos más alumnos adultos, inmigrantes que necesitan el permiso para trabajar o que no pueden canjear el de su país. Nuestro público ha cambiado completamente.
¿Y qué pasa con la figura del profesor de autoescuela? ¿Sigue siendo vocacional?
Cada vez menos. La gente no sabe que la titulación para ser profesor depende del Ministerio del Interior, no del de Educación. Llevamos años intentando que se homologue. Se ha creado un grado de FP con más requisitos, pero todavía no está consolidado. A eso se suma que muchos jóvenes que se incorporan lo hacen con expectativas salariales muy altas y poca experiencia. Si además las escuelas no cobran lo que deberían, no pueden pagar lo que ellos piden. Es un círculo vicioso.
¿Se están cerrando muchas autoescuelas por todo esto?
Sí, demasiadas. Hay centros que tienen alumnos en lista de espera pero no pueden atenderlos porque no tienen profesores ni fechas de examen. Y sin recursos, una empresa no puede funcionar. Estamos en una situación límite.**
Después de tantos años en el sector, ¿cómo ves el futuro de la profesión?
Sinceramente, lo veo con preocupación. Si las cosas hubieran sido así cuando yo empecé, no creo que hubiera estado tantos años en esto. Amo mi trabajo, pero me voy desilusionada. Es el momento más crítico que he vivido: trabajo más que nunca y consigo menos resultados. Me entristece decirlo, pero es así.