Un año después de la DANA que arrasó Valencia el 29 de octubre de 2024, muchas personas – especialmente menores – continúan manifestando miedo o ansiedad ante la lluvia o las alertas meteorológicas. ¿Es esta reacción una consecuencia normal de haber vivido una situación extrema o un signo de estrés postraumático que requiere atención profesional?
Para profundizar en esta cuestión, hablamos con la Dra. María José García Rubio, docente de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), quien participó en el servicio de atención psicológica ofrecido a los afectados por la DANA.
Tras la DANA del pasado 29 de octubre de 2024, muchos niños (y también adultos) experimentan sensación de miedo cuando se aproximan episodios de lluvia o cuando se decreta una alerta roja, ¿podemos considerar ese miedo una respuesta normal tras vivir una experiencia tan intensa, aunque haya pasado un año del suceso?
Por supuesto, podemos considerarlo una respuesta normal. Después de vivir un episodio tan impactante como la DANA, el cerebro asocia determinados estímulos – como la lluvia intensa, el viento o las alertas meteorológicas – con la sensación de peligro. Esa reacción es, en realidad, una forma de protección que se prolonga en el tiempo. Aunque haya pasado un año, es esperable que algunas personas sigan sintiendo inquietud o miedo ante situaciones que les recuerdan lo vivido, sobre todo si el evento supuso una amenaza real para su integridad físico y/o emocional o la de sus seres queridos. No se trata de una “debilidad”, sino de una reacción adaptativa del sistema nervioso ante una experiencia potencialmente traumática.
¿Forma parte del estrés postraumático? ¿Es cuestión de tiempo superar ese miedo o es importante buscar ayuda profesional?
Depende de la intensidad y la persistencia del malestar. Si el miedo interfiere en la vida cotidiana, provoca reacciones desproporcionadas o se acompaña de síntomas como insomnio, irritabilidad, hipervigilancia o recuerdos intrusivos, sí podríamos estar ante un cuadro de estrés postraumático mantenido en el tiempo. En contra de lo que podemos pensar y con base científica demostrada, en estos casos no basta con “dejar pasar el tiempo”. Es importante buscar ayuda profesional para aprender a procesar emocionalmente la experiencia y reducir el impacto que sigue teniendo este evento pasado en el día a día de la persona. De hecho, ya se están mostrando los primeros resultados sobre el impacto del acompañamiento psicológico en las personas afectadas por la DANA de Valencia del año pasado. Muchas de ellas sienten, un año después, que han recuperado la sensación de seguridad y control.
En el caso de los niños, ¿cómo suele manifestarse este miedo al mal tiempo? ¿Qué señales deben observar los padres o profesores para detectar que algo no va bien?
En los niños, el miedo al mal tiempo suele expresarse a través de conductas regresivas o cambios en su comportamiento: dificultades para dormir solos, necesidad constante de compañía, llanto, irritabilidad o resistencia a salir de casa cuando llueve. Algunos pueden manifestar síntomas físicos como dolor de estómago o de cabeza, sin causa médica aparente.
Padres y profesores deben estar atentos a esos signos, especialmente si aparecen de forma repetida o si el niño evita actividades que antes disfrutaba justo en los días nublados o con viento, por ejemplo. En estos casos el diálogo abierto, la validación emocional (“entiendo que tengas miedo”) y la creación de rutinas predecibles son claves para ayudarles a recuperar la seguridad.
¿Qué herramientas o estrategias recomienda para ayudar a superar ese miedo o al menos reducir la ansiedad cuando llueve o se anuncian tormentas?
Lo primero es no minimizar el miedo, sino reconocerlo y afrontarlo con comprensión. Algunas estrategias útiles son:
• Hablar del suceso de manera tranquila y adaptada a la edad, para que la persona pueda ponerle palabras a lo que sintió.
• Normalizar la lluvia con pequeñas exposiciones graduales, por ejemplo, observarla desde la ventana o salir brevemente con un paraguas.
• Practicar técnicas de relajación o respiración para reducir la activación física.
• En el caso de los niños, utilizar juegos, cuentos o dibujos que transformen la lluvia en algo menos amenazante.
Y, por supuesto, mantener un entorno seguro y predecible durante los días de alerta.
¿Qué papel juega el entorno en amplificar o reducir este tipo de miedos colectivos?
El entorno tiene un papel crucial en general y tras un evento como la DANA, más. Cuando las conversaciones, las noticias o las redes sociales se centran en el miedo o en los peores escenarios, se amplifica la ansiedad colectiva. En cambio, cuando la comunidad transmite calma, comparte información veraz y promueve la sensación de control (“sabemos qué hacer si ocurre algo”), se reduce la percepción de amenaza.
Debemos recordar que los adultos somos modelos para los niños: si nosotros reaccionamos con serenidad y confianza, ellos aprenderán a hacer lo mismo. La cohesión social y el apoyo mutuo son factores protectores muy potentes frente al miedo.
Más allá del miedo, ¿qué otros efectos psicológicos han observado en las personas que vivieron la DANA y cómo pueden abordarse?
Durante el servicio de atención psicológica gratuita que instauramos algunos voluntarios como yo desde VIU pudimos observar no solo miedo, sino también culpa, tristeza, irritabilidad y sensación de vulnerabilidad. Muchas personas sentían que habían perdido la seguridad básica de su entorno y necesitaban reconstruirla no solo desde el plano físico sino desde el emocional y desde cero. Estos efectos se han de abordar desde la escucha activa, la validación emocional y la reconstrucción del sentido de control. Fomentar el apoyo social, compartir experiencias y ofrecer información clara sobre cómo prevenir o actuar ante nuevas emergencias ayuda a transformar el miedo en aprendizaje y resiliencia. Aunque el impacto emocional de una catástrofe no desaparece de un día para otro, con acompañamiento y tiempo sí puede convertirse en una experiencia de fortaleza personal y colectiva.