Opinión

Una tierra con voluntad de futuro

Vicente Mompó

Hay imágenes que nunca se borran. Días después de sufrir la peor catástrofe de nuestra historia, entre el dolor y el silencio, la Real Senyera aparecía colgada en las rejas de una casa de Catarroja. Una bandera llena de barro, pero también de esperanza, que simbolizaba la lección más grande que podemos ofrecer como pueblo. Representaba el coraje, la solidaridad y la dignidad de una tierra que, incluso en la tragedia, es capaz de alzarse y ponerse de nuevo en pie. Una tierra que nunca se rinde.

Esa imagen, la de una bandera herida, pero invencible, es también la esencia de nuestro 9 de Octubre. Porque el día de las valencianas y los valencianos no es solo la conmemoración de nuestro pasado, sino la confirmación de un carácter. Somos un pueblo que como la bandera, ha sabido resistir, reinventarse y avanzar, redescubriendo nuestra fortaleza colectiva cada vez que la vida nos ha puesto a prueba.

Por eso, este año, en la celebración del 9 de Octubre, ponemos la mirada en las personas que han sufrido. En las víctimas y sus familias, pero también en todos aquellos que ayudaron a levantar los pueblos afectados, que ofrecieron su mano sin preguntar a quién. Ellos son la mejor expresión de aquello que nos hace valencianas y valencianos: la capacidad de unirnos cuando más falta hace.

El 9 de Octubre nos invita cada año a mirarnos como sociedad y a preguntarnos qué significa hoy ser valenciana o valenciano. La respuesta no está solo en el pasado, sino en lo que hemos sabido aprender de él. La historia nos explica de dónde venimos, pero el futuro depende de cómo interpretemos ese relato.

La época de Jaime I marcó un punto de inflexión: estableció un nuevo marco institucional y las bases de un pueblo organizado. En aquel momento comenzó a germinar la convivencia que hoy reivindicamos: una convivencia que se ha construido a lo largo de los siglos en trabajo compartido, en la capacidad del pueblo para aprender, reconciliarse y forjar una identidad plural, abierta y respetuosa.

Y es aquí donde debemos alzar la voz: hoy el clima social y político es contrario a aquel espíritu de entendimiento y responsabilidad que hemos ganado como sociedad. Vemos división donde debería haber acuerdo, enfrentamiento donde debería haber proyectos comunes y, como valencianas y valencianos, no podemos caer en esa trampa. Necesitamos recuperar el juicio, el diálogo y la voluntad de construir juntos.

Siempre hemos sido, somos y queremos seguir siendo un pueblo abierto y democrático. Un pueblo que ama su lengua, que defiende su cultura y que se siente parte de un proyecto mayor: España. Un proyecto al que contribuimos desde nuestra personalidad propia, sin supeditaciones, pero también sin complejos.

Tenemos identidad propia. Una identidad que se ve en los campos que nos dan vida, en las bandas de música que interpretan piezas como Amparito Roca, cuando raspamos la pelota en las calles, en la paella que nos reúne a familiares y amigos bajo una misma mesa y en el hablar que nos conecta con nuestros antepasados. El valenciano es el hilo invisible que nos une. Es la lengua del pueblo y de la vida cotidiana. Es diverso, como lo es nuestro territorio. Pero hay formas más nuestras, más arraigadas al hablar de la calle, que debemos fomentar, impulsar y proteger. Defenderlas no es cerrarnos, sino amarnos tal como somos. Porque el pueblo valenciano merece verse reconocido en sus palabras y en su historia.

Una historia que nos recuerda que también tenemos grandes símbolos que nos definen y nos inspiran y que merecen nuestra admiración. Entre ellos, el Monasterio de El Puig de Santa Maria, un espacio que debería ser reconocido por el Estatuto como templo espiritual, histórico y cultural del antiguo Reino de Valencia, no solo como un monumento, sino como símbolo eterno de nuestra identidad, de nuestro coraje y de nuestro orgullo.

Porque no somos solo lo que hemos heredado: somos lo que defendemos. Somos un pueblo que se enfrenta a cualquier reto, que se reinventa ante la adversidad y que mira al futuro sin renunciar a nada. Precisamente, es en lugares como el Monasterio donde esta grandeza se hace tangible: un símbolo que nos recuerda que nuestra fuerza es colectiva, nuestra historia está viva y nuestra voluntad de ser valientes, ser solidarios y ser valencianas y valencianos es indestructible.

¡Feliz 9 de Octubre!

Vicent Mompó

Presidente de la Diputación de Valencia