Opinión

De Impura Natione

Director de comunicación @satoridircom

Amigos todos, comprometidos patriotas lectores del libertario València Extra. Brindo por poder compartir con todos vosotros una ventana fresca y aireada cada mes para que nos pongamos de acuerdo. En lo importante, en lo referido a las personas y la valencianidad. Un honor compartir alineación con Jordi Sarrión y con Amàlia Garrigós, y mi veneración a los mandamases de este lanzadísimo digital que nos brindan cuartelillo a los perdedores de siempre, a los masacrados de toda guerra, a los que estamos en medio, intentamos construir puentes y salimos siempre escaldados.

    Este año se cumple el 35 aniversario de la publicación de la efeméride patriótica que ensalza como titular estas humildes líneas. Premi Octubre  1986 de feliz jurado con presencia de María Consuelo Reyna y bien editado por Eliseu Climent. Ara fa trenta-cinc anys… de ver la luz “De Impura Natione: el valencianisme, un joc de poder”, incólume obra de Eduard Mira y Damià Mollà. Ara fa trenta-cinc anys… se inició un debate plural y prolongado bien azuzado por las Tertulias del Hotel Inglés, por Joventut Valencianista, por la asociación Tirant Lo Blanc o por la entidad cívica Futur Valencià…

    Algo hemos construido y nadie puede dudar hoy en día que De Impura Natione significó un punto de encuentro de todos aquellos valencianos de buena voluntad que optaron por esa conocida como “tercera vía” que ante la confrontación social cruda y dura consiguió la incidencia real de aquello relativo a la afirmación de valencianidad tal y como era sentida mayoritariamente. Y hasta hoy en día, perdónenme ustedes. 

Aquellos que fuimos cachorros intelectuales de sus planteamientos, que bebimos de sus fuentes y sus palabras, de sus actos y sus escritos, nos reivindicamos. Aquellos que hicimos del valencianismo de conciliación, de construcción, de diálogo, de consenso nuestra única bandera, crecimos políticamente con la barroca narrativa de “De Impura Natione”, una arriesgada apuesta que corregía el desiderátum de “Nosaltres, els valencians” y lo convergía con el movimiento popular conocido como blaverismo. Mollà y Mira generaron esa nueva vía, por la cual se podía entender el ser valencianista de manera heterodoxa, sin caer en el pensamiento único enfrentado allá por la transición democrática en tierras valencianas: somos catalanes porque hablamos catalán versus somos españoles porque no hablamos catalán. Nace así en 1986 con la publicación de esta biblia del valencianismo estricto una tercera posibilidad: podemos ser valencianos y únicamente valencianos, aunque compartamos la misma lengua con otros territorios.

En esa cruenta Batalla de Valencia, dónde los valencianos perdimos una década discutiendo sobre nuestra identidad y nuestros símbolos, nos hizo descarrilar el tren de la vertebración como pueblo y de la modernidad como sociedad. Y las figuras de Damià y Eduard, junto a otros prohombres que responden a la definición de patriotas, posibilitó que se dibujara un primer puente entre las dos orillas del río irreconciliables. Puente que años después, en toda la década de los noventa, cruzamos muchos y quisimos dotarlo de consistencia y oportunidad. Y denunciamos la estúpida polémica milenaria sobre la unidad de la lengua y nos centramos en promover el uso público del valenciano, combatimos el sangrante enfrentamiento entre banderas y defendimos la necesidad de una Senyera propia y diferenciada para todos los ciudadanos de esta tierra nuestra, fuimos conscientes del proceso de despersonalización que sufría el Pueblo Valenciano y nos posicionamos a favor de nuestra identidad propia, diferenciada y vertebradora.

    Y así crecimos personal y políticamente, comprometidos con un valencianismo de consenso, de diálogo, de pacto lingüístico, de superación de enfrentamientos, de apuesta por la valencianidad. Y no paramos de escribir, siguiendo la estela que Eduard y Damià habían abierto, por el único valencianismo racional y posible, por aquel que promovía la paz lingüística y la unión de las corrientes valencianistas. Por apaciguar el enfrentamiento civil entre valencianos y por configurar una opción política de estricta obediencia valenciana creíble y que aunara a todos aquellos que se proclamaban como tal. De ahí que como otros muchos, participamos de las iniciativas de creación de una Convergencia Valenciana, trabajando con audacia por la integración en su momento de Unió Valenciana y Unitat del Poble Valencià (posteriormente Bloc Nacionalista Valencià, el primogénito en la actual UTE de Compromís).

    Ese tercerviísmo que parece ser murió de éxito al ser asumido por todos, o casi. Se creó la Acadèmia Valenciana de la Llengua, se empezó a hablar del “poder valenciano”, se avanzó en nuestra vertebración identitaria, comarcal, simbológica… La Comunitat Valenciana recuperaba su orgullo y se veía reflejado desde Vinaròs a Orihuela. El sistema de partidos valenciano partía de unos mínimos indiscutibles sobre todo aquello que atañía a nuestra identidad propia y reformamos nuestra carta magna reconvirtiéndonos en nacionalidad histórica reconocida estatutariamente. Y todo ese ilusionante inicio de siglo XXI como pueblo se lo debemos en gran medida a aquellos que como Damià Mollà y Eduard Mira, pusieron las bases para que la sociedad valenciana superara sus pecados originales y pudiera optar a entrar en la modernidad de una manera viable y propia. Eso sí, de tocar el cielo pasamos a precipitarnos con todo lo acaecido estos últimos tiempos. Y puede ser que de nuevo toque arremangarse y ponerse a la faena de discernir a medio plazo que quiere ser la Comunitat Valenciana, hacia dónde se dirige y cuál es su mejor futuro. Teniendo ya asentado quienes somos, puede que toque ahora replantearnos nuestras próximas metas. Con banderas compartidas como la financiación autonómica, el Corredor Mediterráneo o el agua para todos… reivindicaciones que nos unes y nos fortalecen. 

 Una nación impura es la que alumbraron esto prohombres, un país ilusionante es lo que perseguían, porque creían en él y porque los valencianos lo merecíamos. Una Valencia vertebrada, orgullosa y convincente en una España circular, plural, moderada y pactista. Últimamente felizmente polifónica, según nos dicen. Un valencianismo inteligente y superador que impregnara todo y a todos. Una vía valenciana propia para aquellos que leímos a Fuster, seguimos a Lizondo y aprendimos con “De Impura Natione”. Amén!


Lluís Bertomeu Torner